domingo, 28 de julio de 2013

Ellos nunca han visto los cielos que yo vi


Este título tan poético es la sentencia conclusiva que me ha venido a la cabeza, finalmente, tras un rato de lucha interior, de dudas, de meditación confusa... Todo en torno al ego y a los conflictos en la comunicación con los demás.

Y es que, si las percepciones de cada uno son particulares y probablemente únicas, y si la realidad viene definida por nuestra percepción de ella... ¿Qué esperamos, realmente? ¿Qué esperamos? ¿Cómo podemos esperar que sientan o piensen de un modo parecido a nosotros? ¿O que evolucionen? ¿Por qué esperamos que el universo entero se acople a nuestros ritmos? ¿Y quién nos dice que el otro no se considera ya evolucionado? ¿Qué es más válido: mi concepto de evolución, mi búsqueda, mi lucha y mi fluir? ¿O los suyos? Su vida y su consciencia como elijan vivirla...

Yo soy consciente de que el cielo es cada día diferente, de que la monotonía no existe. Probablemente otros perciban justamente lo contrario. Un día más de atardecer rosado. Un día más de firmamento azul, o grisáceo. Yo creo saber que las nubes jamás estuvieron en la misma, exacta posición, ni un rayo de luz resplandeció nunca a través de ellas con igual intensidad y ángulo.



Solo tengo los créditos de la cuarta imagen, lo siento. Si alguna de las fotos es tuya házmelo saber
http://hypnotic.deviantart.com/art/Celestial-Dawn-8308789



Es complicado ponernos de acuerdo incluso en los temas más básicos, ¿cómo no iba a serlo en los más polémicos o en los que se prestan a diversas interpretaciones? (que son casi todos). Por ello me gusta escribir. Escribir como una escritora, una de las antiguas, entiéndaseme, sin esperar ni tener que soportar feedback. No es solo que demasiado a menudo la opinión enfrentada del otro ofenda a nuestro indomado ego, que también, es que es cansado, tan cansado... Sobre todo cuando nos encontramos (sin encontrarnos) en puntos de partida muy diferentes.

Y sobre todo en los últimos tiempos. No sé si se debe a mis intentos por domar el maldito ego, que me vuelven más sensible,  o a que la sociedad está realmente cada vez más crispada. El caso es que veo y sufro cada vez más los malos modos, la rabia, la mala leche, la falta de educación más básica, en definitiva, que salen a relucir en cualquier conversación que en principio tendría que ser inofensiva. No sabemos argumentar sin ofender a nuestro interlocutor. El omnipresente ego planea sobre todo. Si nos corrigen, nos sentimos heridos. Si nos contrarían nos sentimos ofendidos. Si no nos alaban, nos sentimos menospreciados. Vivimos en una sociedad infantilizada formada por millones de individuos cada uno de los cuales se cree el centro de la creación, y su punto de vista, por supuesto, el único válido. Un entorno cuasi-bélico en el que hay que andarse con pies de plomo para dialogar o discutir cualquier punto, porque un dato contrario al propio pensamiento o sentimiento es tomado como un insulto. Como si cada uno de nosotros fuéramos el dato en sí, la breve pieza de información inválida y desechada a la fuerza. Tan poderoso y dañino es el ego que nos reduce a algo tan pequeño y limitado, y en ello volcamos toda nuestra energía por un instante. O por toda la vida.

Actualmente me encuentro inmersa en la lucha entre la compasión, la comprensión, el dejarme fluir como si nada fuera conmigo, o justo lo contrario. Poner los puntos sobre las íes, expresar mi opinión con firmeza e incluso mandar al otro a la mierda si fuera necesario. Lo segundo me parece más justo, no nos podemos callar ante según qué cosas; y quizá podamos contribuir al cambio de algún modo (aunque está claro que desde la completa oposición es imposible, que hay que buscar puntos de encuentro). Lo primero me dará más paz. Y es que, además, ¿quién soy yo para andar poniendo puntos sobre íes? ¿Soy acaso maestra de algo? ¿Con qué autoridad me voy a permitir señalar a los demás lo que está bien o está mal? ¿O intentar que se suban al carro del crecimiento cuando yo soy aún tan niña como ellos? Ni siquiera sé qué es la realidad, a veces me pregunto si realmente existimos...


Quizá no es más que una tontería. Creo tener algunas respuestas, pero son muchas más las que no poseo. Y las pocas que creo tener giran en una espiral confusa como pájaros de humo en los cielos que solo yo veo.